La discreta valentía


No somos ciudadanos de este mundo, sino pasajeros en tránsito por la tierra prodigiosa e intolerable.
José Emilio Pachecho

Este hombre —un académico juicioso y sensato, un intelectual que no le ha perdido el hilo al buen humor, un columnista, un polemista argumentado, un lector sin treguas— fue diagnosticado con cáncer hace poco más de un año. Todos lo vimos, como asistiendo a una trama que ocultaba el desenlace, en sus muchas etapas: perdiendo el cabello, mostrando, a la vista de todos, una mirada en la que había cansancio pero también algo parecido a la resistencia. Y el asombro fue volviéndose una rara disposición del azar: el ministro de salud fue diagnosticado con un linfoma no Hodking. Siguió su trabajo, ensanchando la orilla para sortear su condición, leyó varios discursos de grado —género en el que se volvió un auténtico precursor—, se enfrentó a batallas en su cargo que iban desde el control de precios de medicamentos hasta la prohibición del glifosato, ofreció debates con una agudeza intelectual pocas veces vistas en el servicio público. Y encontró, en medio de su enfermedad, las conexiones, sus conexiones: el rituximab, uno de los medicamentos cobijados con la regulación de precios que impulsó, resultó fundamental para el tratamiento; el linfoma no Hodking tenía una relación directa con la exposición al glifosato, cuya prohibición había sugerido un año antes; la reglamentación de la marihuana medicinal, otra de sus gestiones, le permitió sobrellevar el dolor durante los días más duros de su tratamiento. Podría parecer una historia nimia, un valor agregado a un país sacudido por la efímera euforia de las noticias diarias, pero es también la historia de una batalla discreta en la que la poesía fue un alivio y un desahogo. Su nombre es Alejando Gaviria y escribió uno de los relatos más conmovedores de este año en Colombia: Hoy es siempre todavía, un recuento de su enfermedad y de sus conexiones, pero también una exploración clara sobre sus luchas en uno de los cargos más complicados del país, donde el debate público suele sintonizarse con la algarabía de los matones y los profetas. Lo escribió tras su enfermedad, robándole horas a la familia y en las pocas pausas que le dejaba su trabajo. Escribiría lo que alguna vez escribió Leila Guerriero: "Yo quiero ser ese hombre. Yo quiero, para mí, ese coraje". Ese coraje. 

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