Un viaje


Fue en abril. El viaje en autobus, de ocho horas, obligó al insomnio: por la ventana, surgiendo de la oscuridad, aparecían ranchos, perros dormidos, árboles rotos, uno que otro campesino tomando algo que parecía café, una que otra cantina. Allá fue la luz y el calor, el intenso y duro y pegajoso calor. La pegajosa arena volando en ráfagas, destapando una carretera con pretensiones de vía. Vi hostales baratos, rústicos, y complejos de siete pisos con piscina, aire acondicionado y bares en la terraza. Vi caballos famélicos, niños índígenas famélicos extendiendo la mano a nadie, perros famélicos guareciéndose en la sombra. Vi mototaxistas uniformados con una chaqueta vinotinto que levantaban el polvo tras cada rugido. Vi un historiador manizalita que encontró en las hamburguesas vegetarianas su vida junto a la playa. Vi a Eduardo —venezolano, treinta años, la sonrisa tímida, pura amabilidad— recordando a su madre, a su novia, a sus sobrinas, mientras cargaba seis flotadores en la espalda por una montaña de riscos desde la que el mar era un espejismo. Y luego lo vi en el río, sosteniendo a nado limpio a un grupo de personas que buscaban el cruce, el encuentro del mar. Vi a franceses comprándole pastillas a un barranquillero dicharachero. Vi un tumulto de personas arremolinadas junto al mar, alumbrando en la noche el horizonte porque alguien se había perdido entre las olas. Vi a dos vendedores disputarse una porción de playa debajo de un cocotero que servía de frontera. Vi una danza lujuriosa y bella acompasada de tambores y de sudor. Vi a una cantaora rubia arrullando a su hija con el silbido de una gaita. Vi, al otro lado de la vía principal, como escondido, al pueblo: sus casas a medio hacer, los ancianos en la puerta mirando a los paseantes, los niños señalando la montaña. Vi una playa que, según dijeron los que lo vivieron, fue zona de guerra, de algunas de las muchas guerras: no era raro encontrar, cubierto de arena, algún cadaver rematado. Vi artesanos venidos de lejos, de Argentina o de Perú. Fue en abril, digo, en Palomino, un corregimiento de un pequeño pueblo de La Guajira llamado Dibulla. También allí sucede Colombia.


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