Otro paraíso perdido


En el último capítulo de la primera temporada de The Young Pope, la fantástica miniserie de Paolo Sorrentino (La gran belleza, Juventud), el excéntrico Pío XIII mira un globo terráqueo del que brota una luz blanca. Lo gira, pone el índice en un punto. "Lo único que recuerdo de mi infancia es que un día ya no estaba allí", dice. Pensé en esa frase tras la lectura de Todos los que vivimos en esta casa, el también fantástico (en todo el sentido de la palabra y con todas sus acepciones) libro de cuentos de Óscar Mejía en donde la infancia, como un paraíso, deja de existir en el recuerdo y se convierte, mejor, en un memorando, en una acechanza: un hombre es muchos hombres y todos viven en la misma casa, distribuyéndose las tareas, un niño vuelve una y otra vez al lugar de sus años mejores y encuentra en el recuerdo el rostro de su padre, despidiéndose con picardía mientras las paladas de tierra cubren su cuerpo, un escritor atormentado rompe sin saberlo una historia de amor que ocurre debajo de su imaginación, una madre empapada que es al mismo tiempo un discreto refugio, un médico querido asiste a su encuentro frente a un tigre al que se le derriten las rayas de su cuerpo, puertas que van a ninguna parte. Un libro que es también una búsqueda y que merece ser leído, compartido, vuelto a ser leído, no solo porque su autor promete y demuestra que domina el cuento, sino porque conmueve y sacude con un par de párrafos. Como en el primero de los cuentos, todos los cuentos son un cuento. Y vale la pena leerlos.

Todos los que vivimos en esta casa (2018). Editado por la Editorial Universidad del Bosque.

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