El espectáculo de Uribe

                                                                      Carlos Ortega/El Tiempo

Teníamos que haberlo visto, una vez más, con cansancio y resignación, para comprobarlo: Álvaro Uribe es un hombre con ganas de espectáculo. Estridente, histriónico, dueño de un discurso repetitivo, capaz de hacer que un séquito de silenciosos súbditos lo sigan a donde sea que se escabulla, pero, sobre todo, vergonzosamente cobarde. En el último debate, televisado y visto por millones de personas, pasó lo de siempre: huyó, desvió, se perdió en digresiones vanas y, una vez más, sin ningún asomo de novedad y vergüenza, se rellenó de loas y flores hacía sí mismo y hacia su familia y amigos, los mismos acusados por Iván Cepeda con un contundente y poderoso material probatorio que en cualquier país pulcro y respetuoso bastaría para levantar un juicio. Pero medio país, endulzado con su retórica simplona — "El único hacker que necesito, es para interceptar el corazón de mis compatriotas" — y su absurdo poder de persuasión, no ve motivo para un juicio y ni siquiera contempla la posibilidad de una duda o una sospecha sobre un hombre que gobernó durante ocho años con una coalición cuya mayoría de miembros están hoy en la cárcel por tener vínculos con el paramilitarismo y el narcotráfico. Durante la intervención de Cepeda decidió retirarse del recinto — hay que ver la forma en que sus mascotas se ponen de pie justo después de que él también lo hace, una danza de la sumisión — y lo hizo también durante las intervenciones de los demás senadores. Llegar para luego irse, hablar para decir lo mismo, descalificar y acusar a sus opositores, acusar de aliados del terrorismo a medios de comunicación, negar las acusaciones con salidas fáciles y sin argumentos. Ese es Álvaro Uribe y por eso el debate, además de su importancia histórica, no ofrece nada nuevo. Porque se repite el juego que el expresidente ha apostado reiteradamente: un juego de calumnias, de descalificaciones, de huidas, de grotescas faltas a la ley y a la justicia. No hay nada nuevo en que Uribe grite y vocifere que él es el prohombre que salvó al país y que su gobierno fue un periodo limpio, sin manchas de sangre ni marcas de plomo. Lo nuevo sería que, por fin, alguien en este país de justicia turbada haga algo con él, que este país se porte digna y seriamente y ponga a Álvaro Uribe ante una justicia que él siempre ha querido desviar hacia su favor. Como es su costumbre.  

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