Fue

Cuando dieron la espalda, millones de personas los esperaban. Los tres muchachos que antes tocaban en pubs y bares de Buenos Aires eran ahora leyendas vivas, energías que convocaban a millares. Y siempre, con Zeta Bosio y Charly Alberti, Gustavo Cerati supo responderle a esos millones. Con Soda Stereo, como solista, el hombre que pasó de estudiante de publicidad a líder de la banda más importante del rock en español en toda la historia del rock en español, desplegó una creatividad y una calidad musical pocas veces vista. Gustavo siempre fue un mago, siempre alzaba el pie y lo ponía donde nadie creía poder llegar. Gustavo el experimental. Gustavo el ilusionista. Gustavo el creador. Gustavo, la leyenda. 

Recorrí toda su carrera en Soda Stereo como quien persigue rastros de tierra: desde Soda Stereo, ese primer álbum provocador, hasta el CD de Me verás volver, la gira que hicieron por todo el continente diez años después de esa separación que, en el 97, todos esperaban pero no estaba dispuestos a afrontar. Luego vinieron sus discos: Amor amarillo, Siempre es hoy, Ahí Vamos y Fuerza Natural. Todas creaciones parecidas a la perfección: letras innovadoras, asombrosamente poéticas, sonidos nuevos que estallaban en el oído, videos elaborados. Es decir, las manos, la voz y el alma de Gustavo Cerati.

Conocí a Gustavo como lo conocieron todos: con Soda. Pero lo conocí tarde, casi despuntando la adolescencia. Estaba escuchando canciones de una banda que se había disuelto ya hace más de diez años y siempre me fascinaba pensar que tenía en mis oídos canciones que fueron creadas doce o quince años antes de que yo naciera. Pero me quedé, sentado en un andén por donde pocas veces pasaron voces y sonidos parecidos.

Y me enteré de su muerte, también, tarde. Unas llamadas perdidas, algunos mensajes, me hablaban de que se había ido Gustavo, que esta vez sí, esta vez no eran bromas, no eran noticias infundadas. En medio de un montón de gente, tuve que pedir permiso para retirarme a un rincón y asimilar el golpe. Y llorar. Lo que hecho esporádicamente en estos dos días, sentir una curiosa tristeza exaltada mientras escucho Amor sin rodeos o Cosas Imposibles.

Mientras estaba en coma, esto es, mientras lo esperábamos y confiábamos en que Lilian saldría a la puerta de la clínica a decirnos que hoy sí, que hoy Gustavo despertaba, solía decir de forma bastante ingenua que, por cada canción suya que escucháramos, una de sus células se regeneraba, o que Gustavo permanecía en su sueño porque estaba esperando a que pasara el reggaetón, tal como lo pidió alguna vez en un concierto, mientras cantaba Cuando pase el temblor: "despiértenme cuando pase el reggaetón". Así, como un rito placentero y hermoso, me dedicaba a escuchar -me dedico a escuchar- fiel y abnegadamente su voz, sus canciones. 

Hoy no hay células por regenerar ni esperanzas de un despertar para cuando el reggaetón apague sus ruidos. Pero me gusta pensar que por cada canción que escuchamos algo de nosotros va hasta donde él va, un aplauso, una reverencia, un saludo.

Una señal luminosa. 

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