Morbo tras el cuchillo

Hay muchas razones para considerar repugnante y detestable un crimen como el ejecutado por el Estado Islámico contra James Foley: la insensible brutalidad, el radicalismo ciego y asesino, la suerte de orgullo macabro que exhibe el hombre que, detrás del periodista, completamente cubierto de negro y alerta a su entorno mediante una rendija que se abre delante de sus ojos, empuña un cuchillo que parece emparentarse con la aridez del desierto que se abre atrás, a sus espaldas. Y hay muchas razones para condenar, también, los ataques estadounidenses contra Irak y el puñado de países que lo circundan. Sus invasiones han resultado nocivas y los resultados no son propiamente los esperados. Siempre me ha llamado la atención la ambigüedad que representan las acciones de Estados Unidos. Si acuden, entonces la brutalidad y la condena y la denuncia. Si no acuden, entonces la pasividad, la indiferencia, el miedo. Uno presiente, a veces, que Estados Unidos no quisiera ser la potencia necesitada y rechazada que es. 

Pero, más allá de análisis y conjeturas políticas y geopolíticas y religiosas, lo que llama la atención, tras el escabroso asesinato de Foley es la asombrosa rapidez con que los curiosos internautas y conocedores ocasionales acuden a buscar el video y a difundirlo en donde más quepa. Parece que no les bastan los titulares y las instantáneas previas a le ejecución del acto. No. Quieren ver el rostro duro del hombre resignado, resignado y sereno ante la inminencia de su final. Quieren ver la naturalidad con la que el decapitador (un ciudadano que, al parecer, es británico y ahora hace parte de los radicales defensores del yihad) toma a Foley del cuello, lo inclina hacia atrás y.... Y los comentarios y las reacciones espontáneas no dejan, tampoco, de sorprender. Teorías conspirativas, cirujanos sugiriendo que el cuchillo no era el adecuado y que la ejecución queda en entredicho, jovencitos comparando la escena con un videojuego, etc. 

Queda claro que lo que llama la atención no es el hecho terrible como tal, no es la muerte de un periodista a manos de insensatos fanáticos, no es el contexto en que se desenvuelve este torbellino de sangre que cubre a Medio Oriente. No. Lo que claman los informados y los informadores es morbo. El detalle pervertido. En el fondo, se han comportado (nos hemos comportado) como voyeurs detrás de una ventana, excitados ante tanto derroche de imágenes fuertes. 

Muchos vouyeristas, después de contemplar, deciden unirse a la orgía. 



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