La vanguardia es así




Podrá decirse que pocas cosas sacuden más como el recuerdo tocado, el recuerdo que se recuerda sin querer y como quien no quiere la cosa. Durante un concierto en Ciudad de México, Soda Stereo, que para 1985 ya era una banda que había cruzado el continente desde Argentina y empezaba a despertar lo que luego se llamó la “sodamanía”, interpretó una canción de su nuevo álbum, Nada personal, que más bien pocos conocían y que se llamaba “Cuando pase el temblor”. Habían pasado solo unas semanas desde que un terremoto de 8.1 grados en la escala de Ritcher demolió a la capital mexicana y dejó entre sus escombros a miles de víctimas y la canción, con sus guiños a los sonidos andinos y las fusiones con el reggae y el carnavalito, parecía responder a la desazón de una ciudad que apenas se levantaba de su tragedia. La voz desde el escenario cantaba “Estoy sentado en un cráter desierto, sigo aguardando el temblor” y “Sé que te encontraré en esas ruinas” y más adelante, después de un grito que se apagaba en el aire, remataba que “Hay una grieta en mi corazón, un planeta con desilusión” y las personas apretaban los ojos entre el estruendo de la guitarra, bailando entre el dolor. Algo parecido sucedió en Colombia cuando en octubre del mismo año, apenas unos días después de la semana más aciaga da nuestra historia, todavía perplejos por el asedio al Palacio de Justicia y la avalancha que arrasó con Armero, Soda Stereo se presentó ante poco más de cuatrocientas personas en Corferias y cantó la misma canción, sin saber que removía sin querer la angustia de una generación que no parecía sospechar que los años peores estaban por venir. Así lo cuanta Marianne Ponsford: 

«Entonces, hacia el final del concierto, por fin, Cerati comenzó a cantar mi canción favorita. Y comencé, casi en un estado de delirio, a corear "Estoy sentado en un cráter desierto, sigo aguardando el temblor", y de pronto, sin que mediara la voluntad, la imagen de la gente de Armero, del volcán, de la niña que no pudo ser salvada, se me confundió con cada palabra de mi canción favorita, y comencé a llorar, y la letra seguía diciendo: "Sé que te encontraré en esas ruinas", y el Palacio de Justicia destrozado, con espirales de humo subiendo a ese cielo panza de burro de esa desolada ciudad que era la Bogotá de ese entonces, se me atravesó de lleno, y seguí cantando, en un estado de pasmo, "hay una grieta en mi corazón", "un planeta en disolución".»

No lo podía saber con seguridad, pero el vocalista de esa banda mítica y fundacional, Gustavo Adrián Cerati Clark, empezaba a conformar la educación sentimental de millones de personas a lo largo del continente. Nacido en agosto de 1959 y formado por la bellísima vanguardia del flaco Spinetta y los sonidos de The Beatles y The Police, Cerati alcanzó la fama con Soda Stereo, acaso la agrupación más importante en la historia del rock en español y responsable directa de varias de las canciones más emblemáticas del siglo pasado en nuestro idioma: “En la ciudad de la furia”, “Persiana americana”, “Trátame suavemente”, “De música ligera”, la descorazonadora “Cuando pase el temblor” y otras más. Tras su disolución en 1997, se lanzó en una carrera solista sorprendente en la que, como en sus años con Soda, demostró que la música podía arriesgarse y tomar nuevos caminos sin perder calidad ni originalidad. Fueron cinco discos que se sucedieron como una novedad insólita en el rock en español y en donde podían escucharse cajas andinas y alargados estrépitos electrónicos.

Mucho se ha escrito sobre Cerati: remembranzas, biografías, artículos y hasta tesis de grado. ¿Dónde quedó el mejor recuerdo de este hombre audaz? En sus canciones, claro, donde muchos se apresuraron a conjeturar premoniciones de sus últimos años. Pero también en la memoria de quienes lo asocian para siempre con sus lugares comunes y sus días mejores o peores. No es un cliché: aquello de que Cerati hace parte de la banda sonora de muchas personas es totalmente cierto. Por eso fue tan dolorosa la noticia de su descompensación y posterior accidente cerebrovascular en mayo de 2010 después de un concierto en Caracas. Asistimos a su proceso durante los cuatro años que permaneció en la Clínica ALCLA de Buenos Aires hasta que la espera terminó un 4 de septiembre de 2014. Entonces vinieron los honores, las multitudes arrojando pañuelos y rosas a su ataúd, su madre agradeciendo junto con sus hijos desde el balcón de la Legislatura Porteña, las calles en su nombre, los discos póstumos, los documentales. Pero quedarán más cosas entre quienes lo escuchamos y lo recordamos, día tras día, como un compañero generoso. Y cantaremos sus canciones, una tras otra, con la misma emoción remota de los años pasados.

Y gracias por venir.

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