Aquello que no fuimos
El hombre se inclina
contra una pared blanca. Está vestido con un jean grueso, azul oscuro, con una
camisa gruesa, azul oscura, y tiene unas botas de cuero negras, también gruesas.
Carga en la cintura un manojo de llaves que tintinean cuando baja las
escaleras. Como una cruz que pone sobre su hombro derecho, dos escobas. Unas
gotas de sudor gruesas como balas de vidrio cruzan una frente tostada,
agrietada. Se incorpora y se planta frente a mí. Aquello lo noto cuando habla.
« Yo quise ser médico cirujano.
Quería que cualquier enfermo que llegara a mis manos se curara de inmediato.
Ser médico era mi gran sueño. Pero mi papá no me dejó, no nos dejó ni a mí ni a
mis hermanos. No nos quiso dar más estudio y entonces me puse a trabajar cuando
terminé el bachillerato. Hice unos cursos ya viejo, de electricidad y aprendí
mecánica de motos y ahora estoy trabajando en esta vaina. Pero yo quise ser
médico. Siempre quise ser médico. »
Con una voz queda y
pausada, el hombre se rasca la ceja izquierda –es la mano izquierda la que no
sostiene ninguna escoba—y, de cuando en cuando, mira el techo. Yo lo miro en
silencio, como quien tiene ante sí a un actor representando su monólogo. Yo no
digo nada. Es en ese momento cuando el hombre da la vuelta, se despide y baja
las escaleras de donde viene un campaneo de llaves y un estruendo de botas
contra las escalinatas y entonces pienso, ya solo en el pasillo, en cuánta vida
se nos escapa contando las añoranzas, cuánto recuperamos del pasado cuando
relatamos lo que nunca fuimos, cuánto nos desdoblamos tratando de recuperar el
tiempo que no invertimos.
Dos personas distintas barren
los pasillos de este edificio.
Comentarios
Publicar un comentario