Previsiones

Además de las curiosas manifestaciones de la superstición que exhiben los colombianos para recibir el año que se avecina -ponerse calzones amarillos, tragarse doce uvas, salir corriendo por la manzana del barrio arrastrando una maleta, dejar tres papas en remojo bajo la cama, derramarse una botella de champaña sobre el cuerpo, colgar matas de sábila detrás de la puerta, guardar un puñado de lentejas en el bolsillo y luego arrojarlas hacia atrás, y otras, cómo no- queda claro que somos también muy propensos a temerle a la advertencia de finitud que nos lanza el tiempo. Quizá es por eso que nos gastamos los primeros días del año sopesando los futuros planes, los idiomas que hay que aprender, cuántos kilos se perderán esta vez, a qué playa arribaremos y muchas otras utopías que, muy seguramente, se pueden cumplir. O no.

Como decía, eso demuestra que los colombianos -el mundo entero- nos percatamos de la limitación que tiene el tiempo, esa tendencia particular a arrinconarnos contra la pared y recordarnos que hay que hacer las cosas antes que sea demasiado tarde. Entonces dividimos el año en pequeños trozos maleables en donde pueden caber todas las posibilidades del futuro, todas las formas de los propósitos. No nos queda, pues, más remedio que acatar la orden perentoria del tiempo que está fluyendo y que se va y vuela sin siquiera dejarnos espacio para agarrarlo por los cuernos y hacerlo un poco más nuestro.

Bajo esa premisa se acentúa la fragilidad humana: hacer todo como si la vida fuera un monótono cajón de oficina en donde cada carpeta debe estar en su lugar, sin tomar el riesgo de confundir las hojas, sin cerrar la gaveta cuando se desea. 

Somos predecibles. Nos dejamos caer sin protestas en el ritmo consecutivo de una vida plagada de planes, de proyectos, de anhelos, de particiones ideadas desde el primer día. Pero afortunadamente existen mecanismos -sutiles o evidentes- capaces de trastornar esa línea: un libro, un llamado a lo imprevisible, una invitación repentina. La muerte misma. 

Y, tal como sucede muchas veces, los planes esos que se configuraron desde el primer día del año no se cumplen, o se pierden en un espiral de plazos y pausas. Quizá esas personas no acertaron en ponerse un calzoncillo amarillo.

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