Cruzadas
Fue entonces cuando
ya nos habíamos lanzado todos al mismo abismo. Y todos son todos: los
antepasados, las instituciones, la educación. Fue entonces cuando Colombia vio
fácil la maniobra de ponerse el disfraz de vieja cerrada, faldas, camándulas y
crucifijos. Y así, con un ritmo aterrador, la vida –sus variantes, sus bellezas
y desgracias- fue consumada y puesta a la mano hipócrita y abyecta de la
Iglesia. Cuando volvimos a abrir los ojos ya Colombia, la vieja desquiciada
Colombia, era una nación – qué palabra- ultramontana, reaccionaria, convulsa,
llena de dogmas idiotas, puestos ahí para hacer más certero el golpe de
desgracia que cargamos desde siempre sobre los hombros.
Porque bien podríamos
decir que las dos variantes de las ideas y las ideologías aquí son el
conservadurismo y el liberalismo. Pero no, esos son mecanismos para cumplir los
sueños políticos que todos tienen, lo último que importa ahí es la defensa de
los ideales. Lo que importa es el puesto, la notaría, la clínica, así un pie
esté mañana en el liberalismo y luego el cuerpo entero en el Partido
Conservador. –Para más información búsquese el verbo lagartear o introduzca en Google nombres como Roy Barreras o Juan
Manuel Corzo-. Pero no y lo repito, no es este un país ni liberal ni
conservador, es un país mucho peor: ultraderechista, amangualado en la
intolerancia, pacato, discriminador, ultramontano, amargamente clerical,
reaccionario. Y esas cualidades no son siquiera conservadoras. No. Son elevadas a un nivel de ridícula godarria,
algo que va más arriba de la religión, un puritanismo excesivo en donde la
libertad no puede ir más allá de la puerta de la casa –y del templo- y la
bragueta del pantalón.
Todo esto viene a
cuento a raíz del remolino de comentarios e indignación –una indignación que,
espero, sea duradera y concisa y no un arrebato de medio minuto que luego
Twitter hunde entre tanta banalidad- que generó el último programa de Pirry en donde la Iglesia Católica no
queda muy bien parada. Hay persecución, hay estigmatización, hay libertades
relegadas, hay insultos, hay un hombre violado por dos sacerdotes durante
dieciséis años.
En las redes sociales inició una auténtica
batalla: unos con Pirry, otros contra
él, unos defendiendo la libertad de expresión, otros defendiendo a la Iglesia
Católica –como me cuesta poner mayúsculas en esas dos palabras-. Y producto de
los que defendían ésta última, llegó a mis manos –quiero decir, a las manos de
mi portátil- un artículo de la agencia de prensa ACI, una agencia católica y
parcializada. El texto se titula “La
enseñanza de la iglesia católica sobre la homosexualidad” y, básicamente,
es un consuelo grosero, estúpido y vacío a quienes ellos llaman “pecadores”
–los homosexuales-. Un consuelo porque creen que los sacerdotes y pastores
están disponibles para sacarlos de ese caos libertario y convertirlos, que Dios está para perdonarlos -¿por qué?-. Pero
no, no es un consuelo. Es, más bien, una bofetada, una bofetada hecha con un
martillo ceñido de púas. Entre otras cosas, condena, abierta y falazmente, el
homosexualismo y las relaciones sexuales entre parejas del mismo sexo, defiende
la idea de limitar las libertades a éstas personas –que pueden ser amigos,
familiares, el cura que oficia la misa a la que mi mamá asiste cada domingo-,
justifica las discriminaciones patrimoniales y sociales hacia éstas personas.
El texto es una interpretación –una alabanza- a algunos apartes que, sobre el
tema, hizo algo que se llama Congregación
para la doctrina de la fe. Estos apartes pretenden relegar a los
homosexuales a un islote aislado en donde se les pueda señalar, repudiar,
apartar, llenar de improperios.
No quiero seguir
percibiendo este olor a boñiga, esta sensación de ojos ardiendo y de rabia
saliendo a flote. Pueden leer el texto aquí: http://bit.ly/Hrig0x.
De esto uno puede
sacar muchas y variadas interpretaciones. Lo que ya dije, que Colombia persiste
en su idea medieval de familia y que su falta de inclusión ha alimentado el
atraso en el que nos encontramos. Mientras algunos países ya han legalizado la
unión de parejas homosexuales, nosotros, cobijados bajo los amenes, seguimos
discutiendo la helénica cuestión de que unos tengan acceso a derechos y otros
no. Que indigna que muchos jóvenes, hijos del siglo que corre, persistan y
defiendan la mentalidad goda y pacata –cosa que respeto pero que me causa
franca decepción-.
Recuerdo un pasaje de El pez en el agua, el libro de memorias de Vargas Llosa, en la que
narra un fugaz encuentro con un joven bogotano en Lisboa, mientras esperaban un
avión que los llevara a Bogotá. Vargas Llosa diría del joven: “Yo lo miraba
como a un bicho raro —andaba siempre con un gran sombrero alón y pronunciaba
las palabras con la perfección viciosa de los bogotanos— y lo fastidiaba
repitiéndole: «¿Cómo se puede ser joven y conservador?»”
¿Cómo se puede ser
joven y godo? ¿Cómo es posible que un país que se ufana de unos progresos que
sólo ven las barras estadísticas y los números, se estanque en un fango de
intolerancia, discriminación y estupidez? Pero esto es Colombia. Esta es la
Iglesia Católica colombiana. –Punto aparte, aplaudo las declaraciones que sobre
el asunto ha hecho el jesuita Papa Francisco quien ha puesto sobre la tierra a
tanto reaccionario y discriminador cura que anda por ahí-.
Este tipo de
artículos abrazan el estigma cavernario del homosexual como un ser enfermo, un
bípedo con la cabeza vacía y el cuerpo ardoroso de pecado. Estigma que ha
perpetuado la Iglesia y la mojigatería de Colombia. Y esa enfermiza actitud de
desprecio y discriminación ha vencido a la tolerancia, a la aceptación y a la
integración. Colombia es un país que se ufana de ser del siglo XXI cuando sus
debates y argumentos parecen monólogos rancios del XVIII.
La agencia ACI, que
publicó el artículo, se presenta como un medio de “periodismo católico” pero la
verdad es que es una tribuna de expresa persecución contra el aborto, contra
los homosexuales, contra sacerdotes jesuitas que tienen ideas progresistas.
Jesuitas como los directivos de la bogotana Universidad Javeriana, quienes
debido a presiones superiores tuvieron que dejar de hacer en el campus el
evento conocido como Ciclo Rosa, una
serie de actividades, conferencias y cine foros sobre el tema LGBTI. ACI, desde
su balcón de gritería violenta, persiguió al evento, a la universidad y algo
tuvo que influir en la decisión rectoral de impedir que, por primera vez desde
hace 13 años, la Javeriana no participara en la actividad. La ACI –con su
persecución, intolerancia y hediondez- es algo equivalente al "Völkische
Beobachter" (El Observador Popular), el diario de la Alemania nazi que
justificaba –disfrazado de periodismo- los horrendos crímenes que ejecutó
Hitler.
Son cosas de godos,
quienes son hipócritas y reaccionarios y mojigatos. Que predican un puritanismo
que no aplican, que dicen proteger cuando atacan. Hay una columna de Héctor
Abad Faciolince titulada La godarria
renacida que resume, muy a su manera, lo que quiero decir (La pueden ver
completa aquí: bit.ly/1f2MgLB).
Pongo un fragmento diciente:
Para
resumir: lo que define a los godos es la hipocresía. Son hipócritas. Porque
predican todo esto y viven en concubinato. O son tan infieles como cualquier
otro. Y no salen del clóset porque son cobardes. Y van donde las putas a horas
más oscuras, esperando que nadie los vea, y se ponen condón (porque saben que
les previene la blenorragia). Y evitan los hijos cuando ya tienen dos. Y se
emborrachan tanto o más que nosotros, pero se hacen los que no. Y han probado
de todo, pero al escondido, y negándolo incluso por la santa cruz. Y adoran a
los pobres, supuestamente, pero nada les interesa más que la plata, los
negocios, y no sólo salir de la pobreza sino acrecentar por cualquier medio la
riqueza. Y se creen impecablemente vestidos pero los pies les huelen y el
cuerpo les suda, y van al baño, y hieden como cualquiera de nosotros, no son
cuerpos gloriosos. Y hablan tan mal inglés como nosotros, pero disimulan mejor.
Y les aprieta la corbata, y les estorba, pero las formas son las formas.
Ante textos como los
de ACI y acciones como las de la Iglesia o el Procurador –que merece otro
artículo, ojalá incendiario, ojalá tajante- queda el hecho de reconocer lo duro
que ha sido para Colombia quitarse su aura de falsa pureza y encarar el mundo
como es: sin prejuicios, sin divisiones. Quizá por eso somos un país condenado
a la pobreza y al atraso, porque aun hoy se nos hace difícil ver y reconocer
que ése que está al frente es igual a nosotros.
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