Cosas que pasan de noche


Pero antes, una aclaración previa: no soy nadie para venir a hablar de libros, para criticar o lanzar granadas despectivas sobre ésta novela o aquella otra, mucho menos si es un libro de Bolaño, Roberto Bolaño, el hombre que me ha abofeteado desde su ausencia para mostrarme qué es literatura. 

Y es que antes de leerlo había percibido con muy pocos autores la gracia incómoda de sentir que la vida, la vida de uno -y sus complejos, sus cosas y sus falencias-, dan un vuelco, se van al vacío. Me ha pasado con Amos Oz, con Philip Roth, con Vargas Llosa, con Saramago, con los Vallejo -el peruano y el colombiano-, con Abad, con Neuman, con Wilde y Flaubert. Y con algunos otros que deben estar bien escondidos en mi exigua biblioteca, miedosos de que los revele.  


Pero Bolaño es una cosa aparte, una mole de buena literatura que es coraza y desnudo a la vez, la protección y el desenfreno, la contradicción de mostrar hasta donde llegamos, hasta donde metemos las manos, hasta donde somos capaces de ser humanos de verdad.


Todo esto para recomendar -en serio, háganlo por su bien- la lectura de Bolaño, de sus novelas y de todo lo que encuentren de él, en internet, en bibliotecas, en periódicos. En donde sea, léanlo, anótense un punto caminando por esos pantanos de belleza extravagante y deliciosa, en donde los hombres son puntitos dejados al azar y la vida se vuelve mierda y la mierda es la vida y la vida quiere ser vida de nuevo.


Lean, por ejemplo, Nocturno de Chile, la última que devoré, de una sentada, atrás la casa haciendo sus ruidos, con una concentración exagerada que sólo causa el extravío por entre un buen libro.


En una historia sencilla: un cura que se está muriendo, Sebastián Urrutia Lacroix, repasa, recostado sobre su camastro, enfermo, delirante, los acontecimientos de su vida. Una vida no tan común, no tan insólita. En el vano de la puerta, apareciendo a veces, luego metido en la oscuridad de la habitación, luego ido, aparece de vez en cuando un "jóven envecido" que lo observa en su decadencia. Una sombra, tal vez un hombre, el reflejo de la conciencia, quizá un fantasma.


Desde esa camita, la memoria hace su trabajo: aparecen personajes como Farawell, el mayor critico literario de Chile, un hombre determinante en la formación intelectual de Urrutia -que es cura del Opus Dei, a quien le dicen "el Cura Ibacache", que se hace crítico literario y poeta más bien flojo- y cuya vejez se asoma a cada página. Aparece la Junta Militar. Y la Junta recibe clases de marxismo de parte del protagonista. Aparece María Canales, quien ofrece banquetes y fiestas a donde acude toda la plana mayor de la cultura chilena: escritores, artistas, dramaturgos. María está casada con un "gringuito" que tortura a personas en el sótano de la misma casa en donde se reúnen los artistas. Hay un viaje por Europa en donde Urrutia debe hacer un registro de las iglesias y de su restauración para consignarlas en un informe. Pero en ese periplo conoce a sacerdotes oscuros, unos gráciles, cada uno con su halcón, dispuestos a matar a cualquier paloma que llegue a cagar las edificaciones religiosas. Hay un sacerdote en especial, de Burgos, que muere frente al cura Ibacache. Y así se van metiendo, saltando, hablando, alzando las manos diciendo aquí aquí, un montón de personajes, con sus frustraciones, sus empresas fallidas, sus preocupaciones.


Es este un libro apetitoso, lleno de fuerza, voraz, procaz. Un chorizo incontenible, sin puntos apartes, sin concesiones, un solo tirón -Bolaño lo escribió de una sola sentada-, que no da respiro, con tantas historias y sucesos que resulta fascinante que se condensen en ciento cincuenta páginas. Un libro cadencioso, fresco, muy fresco, sin abandonar lo poderoso y doloroso que hay en la realidad, en la extraña realidad chilena, porque se juega con la realidad, se agarran personajes históricos y se ponen en ese torbellino para que nos dejen boquiabiertos -Neruda, Parra, Pinochet, Allende-. Además es un compendio de nombres y figuras de la literatura, incluso hay una mención de José Asunción Silva y su "Nocturno".

Un libro transformador, cruel y tierno, lleno de mucha vida, de muchas extrañas vidas, de vidas exóticas y clavadas en lo más hondo de la condición humana. Un libro profundo que, de seguro, nos evitará empaparnos del agua sucia del aburrimiento, de la flojera.

De la tormenta de mierda. 

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